También conocido como monte de la Magdalena.

Saliendo de Oviedo en dirección sur, a pocos kilómetros, está el concejo de Santa Eulalia de Morcín, donde encontraremos la mole rocosa del Monsacro, montaña ancestral de poco más de mil metros de altitud sobre el nivel del mar. Si pretendiéramos subir, la ascensión es de un desnivel considerable, partiendo de unos ciento cincuenta metros sobre el nivel del mar, donde el recorrido es empinado y dificultoso, para llegar a una pequeña majada cercana a la cumbre, llamada “majada de les capilles”, encontrándose con gran sorpresa dos capillas medievales en tan inhóspito lugar.

La primera, denominada capilla de abajo y dedicada a la Magdalena, data del siglo XIII aproximadamente, cuyo estilo denota un románico tardío. Está compuesta por una nave rectangular y ábside en su cabecera, orientada al este, que probablemente es lo único que queda de una posible encomienda.

La segunda, la capilla de arriba o de Nuestra Señora del Monsacro es la que confiere al enclave un mayor misterio, pues es de planta octogonal sin elementos arquitectónicos secundarios como capiteles, canecillos, pinturas, etc., imprescindibles para su datación cronológica. Posiblemente sea del románico tardío, siendo el octógono el elemento más antiguo, añadiéndosele en épocas indeterminadas dos ábsides, uno rectangular, llamado cueva del ermitaño y otro semicircular. Una de sus curiosidades está en el interior en el lado sur, un extraño altar hueco que cubre un pozo, de poca profundidad, llamado “Pozo de Santo Toribio”.

C. Cabal opina que la ermita octogonal debe su traza al hecho de haber sido construida sobre un dolmen o túmulo dolménico, cuya cámara funeraria se correspondería con el pozo. A. Carballo comenta que el recuerdo de santo Toribio estaba tan enraizado en los dólmenes que la tradición popular asturiana lo consideraba, a efectos devocionales, como patrón de tales monumentos prehistóricos.

En realidad, se trata de la cristianización sincrética de antiguas piedras paganas, tras el “anatema sobre los adoradores” lanzado en los primeros tiempos del cristianismo. Así los casos de las iglesias asturianas de Abamia, Mian y Cangas de Onís, en donde de los sagrados dólmenes surgen las sagradas iglesias.

Historia de los cultos

En los alrededores de la capilla octogonal, se encontró un conjunto tumular de origen megalítico, cuyos ajuares funerarios contenían hachas de piedra pulimentadas. A esta época pertenecen los dólmenes; uno, debajo de la capilla y otro, en una explanada llamada El pico de Granda, que ha desaparecido. Se trataría de un culto a la Gran Madre, efectuado en los santuarios dolménicos, ya que el monte era un lugar de poder.
Los habitantes prerromanos añadieron al culto a la Gran Madre un culto heliolátrico, cuyo rastro ha llegado hasta nosotros en la costumbre de recoger cardos “mágicos” o sagrados, símbolo solar por excelencia en los pueblos norteños.
Con la llegada de los romanos, los astures semirromanizados asimilan los cultos precedentes con el culto al dios Júpiter, datando de esta época el nombre: Monten Sacum, Monte Sagrado, Monsacro.

Durante el periodo de la cristianización, tan superficial inicialmente como la romanización, condenan en sus concilios a los que oran ante los dólmenes, pero los astures persisten en subir al Monsacro con sus ofrendas y ritos para festejar a la Gran Madre, pues gracias a la naturaleza geológica se podría dar el fenómeno místico-mistérico del milagro.

La iglesia dominante, ante la inconveniencia de suprimir las tradiciones precristianas, utilizó su “política” de legalización, oficializando allí un culto propio, levantando las capillas, sustituyendo el culto al dolmen por el de santo Toribio, y el culto a la Gran Madre por la imagen negra de Nuestra Señora de Monsacro. La imagen románica de esta virgen desapareció en época de la guerra civil española y es posible que sustituyera a una divinidad anterior que representara a la Madre Tierra.

Leyendas, ritos y tradiciones

Hay varias leyendas sobre la aparición de la imagen y una de las principales nos relata que un buey-toro rubio, propiedad de un “vaqueiro” de la zona, se introduce en la capilla de arriba mugiendo y escarbando en el interior. Siendo incapaz de sacarlo, el vaqueiro acude en demanda de ayuda de los lugariegos; cuando llegan, lo encuentran igual, pero con un aureolado resplandor. Deciden entonces remover la tierra de debajo del altar, en el Pozo de Santo Toribio, encontrando una caja en cuyo interior hay una imagen de la Virgen Madre con un niño en brazos, toda morena, como bajada de la braña. La llevan entonces a la capilla de abajo, pues la de arriba estaba deteriorada, pero al día siguiente, como por arte de magia, la imagen y el buey-toro aparecen en la de arriba. Así se repiten los hechos durante los días y noches siguientes sin encontrar explicación, decidiendo reconstruir la capilla de arriba ante la insistencia del buey y la imagen. Son numerosas las versiones y variadas las leyendas queriendo dar a entender la importancia milagrosa del lugar.

Dentro de las celebraciones y ritos, son de especial interés las romerías. Las principales fechas son el 25 de julio, Santiago Apóstol y 15 de agosto, Asunción de Nuestra Señora. Destacaremos de entre todas la de Santa María Magdalena el 22 de julio, asociada al transporte e implantación de vírgenes negras, y por la circunstancia de que los vaqueiros (uno de los pueblos malditos de España) de la zona se reunían en dicha fecha. La tradición consistía en que los romeros que subiesen siete años seguidos tendrían especialísimas indulgencias. Documentalmente, se puede retroceder hasta el 1521, y en el siglo XVIII todavía era popular la concurrencia, y verse privado de subir producía gran contrariedad.

El ascenso zigzagueante por el monte, caminando en contacto con la naturaleza, llevaba a los romeros a una ascesis mística, impregnándose de las energías telúricas del Monte Sagrado. Terminado el ascenso, era obligado recoger tierra del Pozo de Santo Toribio y algunos cardos que crecen en el entorno de la ermita, pues tenían una finalidad milagroso-curativa, siendo estos símbolos de antiguos cultos al Sol y la Gran Madre, donde la imagen es encontrada por un buey rubio “aureolado” (animal solar), cuyo dueño pertenece a una raza especial de hombres marginados desde tiempos antiguos, dedicados a la cría de ganado, a la construcción y la metalurgia.

El Pozo de Santo Toribio (nombre de origen poco claro, pues se lo relaciona con el obispo santo Toribio de Astorga, mal llamado de Liébana, que persiguió la herejía de Prisciliano), tenía también la tradición de ser refugio del Arca Santa de las Reliquias. Hay varias versiones y, para simplificarlas, las agruparemos. Así, llegó a las costas asturianas un arca procedente de Jerusalén en el siglo V, que buscó amparo en la montaña del Monsacro, traída por dicho obispo santo Toribio, y existe otra arca que viene desde Toledo en el siglo VIII, tras la invasión árabe, las cuales se fundieron en una, quedando en esta montaña hasta que el peligro islámico fue cediendo. El rey Alfonso II el Casto la lleva a Oviedo, donde había instalado la corte del reino, pretendiendo hacer de la ciudad una imagen de Toledo, donde conviviesen las tres religiones. Todo parece indicar que se trata de leyendas que “interesaba” difundir para dar un carácter fundacional a la cumbre, pues la Iglesia rechazaba las romerías en los montes sembrados de piedras paganas, pero el pueblo, semipagano, seguía subiendo y celebrando sus ritos.

Los templarios

En el siglo XII aparecen con fuerza otros cultos, pues alguien se toma el trabajo de crear una comunidad religiosa de “fratres” y de construir una iglesia octogonal sobre los restos precedentes. Pero ¿quién o quiénes realizaron esa labor de restaurar los cultos, con una virgen negra extraída del mismo dolmen? Nadie lo puede asegurar, ¿fueron tal vez los templarios?

En el monasterio de San Vicente, de Oviedo, aparece el único documento sobre la comunidad religiosa que allí habitó. Se trata de la donación de Fernando II, rey de León, y su hermana doña Urraca, reina de Asturias, del monte y de ciertos pastos para el ganado, a un tal “frater” Rodericus Sebastianis y a unos “fratres” del Monte Sacro, con fecha 1 de julio de 1158.

Esta comunidad debió de ser importante, pues lo atestiguan los propios edificios, dos iglesias, algún tipo de construcción conventual por escasos restos encontrados, tanto como por el cementerio encontrado en la iglesia de abajo.

El documento real los nombra “fratres” y no de otra manera, pues estos querían ese lugar inhóspito en la cima, incomunicado prácticamente todo el año, casi sin terreno agrícola salvo para pastos, donde el afluir de peregrinos era poco abundante. Sin duda, hoy se publica en periódicos y revistas que eran templarios ya que los indicios son claros, pues se trataría de “frates milites” o “freyres milites”, denominación habitual de los hermanos del Temple.
En cuanto al personaje, “curioso”, Rodrigo Sebastiánez que aparece en el documento como frater, aparece también documentalmente en 1122 como testigo firmante en un documento real de Alfonso VII y en años sucesivos, junto a condes, obispos y mayordomos reales, dando a entender del estatus que llegó a tener en la corte. Sin embargo, desde 1145 desaparece de todo documento hasta trece años después, donde aparece en la donación, como cabeza visible de una comunidad innominada, a los “fratres” del Monsacro, en la cima de una montaña casi inaccesible.

También está el hecho de que el rey Fernando II, sucesor de Alfonso VII en el reino de León, se declara partidario del asentamiento de la Orden del Temple en sus territorios, pues donará en 1178 a los templarios el castillo de Ponferrada, surgiendo los enclaves del Bierzo, la maragatería, el valle de Sanabria, la sierra del Aramo y muchos otros.

Los templarios, tras su larga singladura, buscaron siempre la posesión de determinados enclaves, no solo por su valor estratégico, militar, político o económico, sino también porque la tradición situaba en estos lugares, centros mágicos-sagrados o lugares de poder, que en esta zona asturiana existían ampliamente, como Tuñón, Proaza o Serrapio, en el concejo de Aller, donde aparece un ara a “Seraphis” y donde se encontraron pinturas y elementos arquitectónicos que atestiguan su paso por estas tierras.

Hoy el Monsacro es lugar de destino de montañeros, senderistas y peregrinos que buscan elevarse sobre los frondosos valles y, por qué no también, sobre uno mismo, como lo hacían nuestros antepasados, como si las piedras sagradas guardaran la magia que hizo estar al hombre más cerca de lo divino y de los misterios de la naturaleza.

Recopilación del "Taller de investigación" de la Asociación Cultural Nueva Acrópolis Gijón.

Bibliografía
“A la sombra de los templarios”. Rafael Alarcón H. Ed. Martínez Roca.
Barcelona
, 1986.
“Los enclaves templarios”. Juan G. Atienza. Ed. Martínez Roca.
Barcelona
, 1995.
“Alfonso II el Casto”. C. Cabal. Imp. La Cruz. Oviedo, 1943.
Periódico La Nueva España. Artículo “Los templarios en Asturias” 17-06-2005
Internet. www.usuarios.lycos.es/templespana/monsacro.html

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