Blasco de Garay, marino español, muerto hacia el 1552, fue el primer europeo en utilizar el vapor para mover los barcos.
Pero solo tras la invención de la máquina de vapor de Thomas Newcomen, en 1712, aparecerían proyectos eficaces para mover barcos. El primero que lo consiguió fue Claude Francois, marqués de Jouffroy d´Abbans, haciendo navegar el Pyroscaphe, un pequeño vapor con ruedas, en 1783 y, más tarde, con un segundo barco equipado con la máquina de Watt. Sus proyectos demostraron la viabilidad de la navegación de vapor.
En Estados Unidos, en 1787, se botó el primer barco de vapor propulsado por hélices. Los barcos inmortalizados por Mark Twain en sus historias del Mississippi eran los creados por Robert Fulton; entre los muchos inventos que patentó estaba su famoso “Nautilus”, un submarino, por supuesto.
A partir de la publicación de los trabajos del físico francés Sadi Carnot en 1824, la aplicación de la máquina de vapor a la navegación se generaliza. Este tipo de fuerza motriz multiplicaba la energía de propulsión de un navío, permitiendo comunicaciones rápidas. También disminuía los peligros de los viajes, al mantener un rumbo seguro en las maniobras y en las tempestades.